domingo, 24 de febrero de 2019

Una caminata por Oaxaca

Mi día comienza a las 5, a las 8 ya estoy iniciando mi caminata habitual de 3 kilómetros, me gusta andar entre las calles del centro de Oaxaca, ser testigo de cómo los primeros rayos de sol tocan la cantera verde de los edificios, el cielo azul, un aire limpio que te inspira a meditar, poco a poco el fresco de la mañana desaparece, mi cuerpo está entrando en calor, la respiración cambia su ritmo, empieza a acelerarse, pienso “Ojalá se estén quemando los tacos al pastor de anoche”, espero el rojo del semáforo, veo a muchos caninos felices por ir caminando junto a su amo, otros más en busca de comida.

Llego al andador turístico, ¡Que vista! ¡Simplemente hermosa!, los negocios empiezan a subir sus cortinas, brota en el aire el olor a café y chocolate, pienso en ti abuelita, cuando tenía 5 años y te observaba en silencio, tú en la cocina, callada, preparándome chocolate en la olla de barro y en la destreza que dan los años en el uso del molinillo; sigo caminando y ante mi está el templo de Santo Domingo, como de costumbre en completo silencio, turistas al igual que yo maravillados de tu grandeza, ¡De cuántas generaciones has sido testigo!, apenas hace unos años pasaba de igual manera, diario frente a ti, iba con mis compañeras de secundaria, comprábamos café frío y nuestras risas podían escucharse hasta tu campanario.

Sigo caminando, llego al parque del Llano, ¡Me encanta! Lo primero que se escucha es música con mucho ritmo, la clase de zumba está por terminar, me pasa por la mente: ¡Algún día me animaré a retomar esas clases!, personas trotando, estirando, sudando; otras más disfrutando de la vista y quietud.

Llego al trabajo, me quito los tenis por algo más formal; niveles de endorfina en su máximo nivel, una sonrisa de oreja a oreja.

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