Esta
semana leí como de costumbre la columna de Marco Escalante, titulado
“GENERACIÓN X vs MILLENNIALS”, en un principio le di toda la razón, incluso
sentí un poco de vergüenza, seguí mi día, pero algo dentro de mí sentía inconformidad,
me puse a recordar cómo fue mi experiencia y he decidido compartirla.
Cuando
entré a trabajar como buen estudiante a punto de culminar mis estudios me
sentía gigante y con ganas de cambiar el mundo, había hecho ahí mi servicio
social y prácticas profesionales y me quedé. Muchos me habían dicho que no era
gran cosa trabajar en un elefante blanco que nunca sería más que eso,
obviamente me indignaba y juraba que no, que estaban equivocados.
Mi
primer encomienda fue ser asistente de una Directiva, a la cual llamaremos
Nancy, mis labores no eran gran cosa, la nueva administración estaba entrando
así que apenas estaba surgiendo trabajo, todo era ir a recibirla a la entrada
del edificio para que ella estuviera a tiempo mientras yo le estacionaba el carro,
a las 5 pm ir por el coche para acercarlo unas cuadras y ella no tuviera que
caminar tanto, en el transcurso del día debía ir por desodorante (si era uno de
esos días que le olvidó ponerse), tomar un autobús para ir a su casa a traer sus
aretes (cuestiones de mala memoria supongo) hasta que un día se le olvidó su
celular particular (el iPhone más reciente del momento) al estar en su casa, la
madre de Nancy amablemente me pasó el celular y al irme me dijo “Pero guarda
bien ese teléfono, es muy caro, vas a viajar en autobús y si te lo roban no te
va a alcanzar para pagarlo” ya saben, esas cosas que uno no suele tener
presentes; otros días ir por el quesillo especial, por toallas femeninas o a
buscar los dulces que le gustan a sus hijos y que no venden en cualquier lugar,
debemos recordar que existen personas únicas y especiales. Todos los días había
que hacer lo mismo, una vez que Nancy llegaba a la oficina, debía sentarme y
escuchar cómo era su vida familiar y marital, y si nos daba el medio día ir por
un antojito para aguantar hasta la hora de la comida.
Posteriormente
llegó el trabajo, empezamos las auditorias, y empezaron los berrinches de la
secretaría del Gerente a la cual llamaremos Mónica, berrinches y conductas de
una niña (imaginemos que es arquitecta, pero le asignaron ese cargo) de querer
estar designada en las auditorias, sin saber (hasta la fecha) redactar bien un
oficio (unas faltas de ortografía que espanta a cualquiera), cuando llegó su
momento de ocupar su conocimiento relativo a revisión de obras nos llevamos la
sorpresa que tampoco de eso sabía y los demás arquitectos debían salvarle el
pellejo. Todos en la oficina sabíamos que lo suyo era comer a escondidas, estar
con el celular y ver catálogos en la computadora, le molestaba que otras áreas
lo dijeran, pero es lo que tienen las oficinas, todo se sabe. Nuestra única
preocupación era que Moniquita hablara sobre ti ante el jefe, no había forma de
salir bien parado, es esa clase de personas que tiene el chip de causar
problemas con tal solo abrir la boca, no es imprudencia disfrazada de
inocencia, es auténtica mentalidad de “a quién chingo hoy porque muero de
aburrimiento”. Jamás entendimos cómo es que el jefe no se daba cuenta que el
personal se veía obligado a rendirle pleitesía a su secretaria-asistente con
tal de no tener problemas, y que esta al ser la “consentida intocable” sería
grosera y problemática con todos.
Al
estar en proceso de revisión en las auditorías nos emocionaba revisar cajas y
cajas y cajas de documentación, era totalmente nuevo para todos y teníamos las
ganas por hacer bien las cosas, no ser corruptos y marcar la diferencia. Eran
jornadas largas, entrar a las 9 a.m. y salir 2 a.m. con tal de sacar el
trabajo, encontramos muchísimas irregularidades y eso nos daba gusto, estábamos
en buen camino, para comer solo teníamos 15 minutos, siempre fue así y nunca
cambiará.
Cuando
se empezó a llamar a las personas auditadas y se les mostró todo lo encontrado,
empezaron las reuniones para apoyarles a solventar (justificar) de forma legal,
pero como en toda historia donde hay mucho dinero, hay cosas irregulares y
había cosas que no eran posible de comprobar, cosas de la vida, misterios sin
resolver, obras que nunca existieron, ya saben, lo de siempre.
Así
empezaron las reuniones con “el mero jefe” y nuestra Directora nos dio una
lista de quienes, si tenían “apoyo” y quienes no, “los que tienen apoyo yo no
sé cómo le van a hacer, pero debe aparecer que sí justificaron y si no hay
documentos, ustedes los harán aparecer hasta debajo de las piedras”. Esa tarde
recuerdo que platicamos entre compañeros, siempre cuidándonos de no ser
escuchados por Moniquita, y todos estábamos desmotivados y decepcionados, todos
esos meses de arduo trabajo y esmero (nada de pago de horas extras, días sin
comer) habían sido para nada, al final todos tendrían estrellita en la frente.
Guardamos silencio y seguimos sacando el trabajo.
Pero
recordemos que también están aquellos que no tenían “apoyo” aquellos que
definitivamente no iban a cooperar o de plano habían robado descaradamente,
pero sabían que estaban ante un elefante blanco y no iba a pasar nada; “a esos
Jacky no los dejes pasar, los atiendes en la recepción del edificio, que te
firmen y sellen de enterados y los despachas” “hazlos esperar, no los pienso
atender inmediatamente, yo te hago señas cuando ya” eran las indicaciones de
Nancy y se sentía horrible tener que dar un trato así, no importa cuán amable
seas al decirlo.
Con
el tiempo empecé a notar más ese otro lado de Nancy, a compañeros de otras
áreas les lanzaba la documentación sobre el escritorio, los sobajaba, se
burlaba y reía de su trabajo, les decía “eso es una porquería no me sirve” “ya
mejor no vengas, no me sirves para nada” incontables veces vi a compañeros de
distintas edades aguantarse el coraje y seguir con amabilidad y respeto, por
lealtad trataba de disculparla, ser el lado amable que ella no podía ser con
los demás. Un lado amable que solo se activa en presencia de sus superiores o
de igual rango.
Pasó
el tiempo y a los eventos o cursos, yo no podía asistir ni de vestido, ni con
zapatillas, nunca tuve inconveniente con ello, no me parecía gran cosa.
Llegó
un día en el que los jefes (auditados) ya no soportaban el trato déspota de
Nancy, al grado de pedir que la “Lic. Jacky” fuera quien los atendiera (la
asistente, casi me infarto cuando escuche esas peticiones) tal como lo imaginé
le llamaron la atención, pero eso no fue todo, Nancy tenía un nuevo objetivo, y
así empezaron jornadas de “todos se pueden retirar, excepto…” y lo más chistoso
fue cuando ordenó una “ley del Hielo para Jacky” que solo 3 compañeros
estuvieron dispuestos a no acatar. Moniquita y Nancy en alianza, horas de
chisme continuo a puerta cerrada.
Pedí
mi cambió de área, y llegué a un área más jurídica, “esta vez sería diferente,
aquí está la acción” eso pensaba. Error. Ahí conocí el “Jacky has las cosas más
despacio porque nos haces quedar mal a los demás” creí que esa sería la mayor
decepción hasta que salió el típico compañero insistente en salir y cortejar
por más que decía no estar interesada, ahí conocí el grupo de chat de todos los
varones del área “cerdos decentes” donde las mujeres eran la comidilla, un
compañero me mostró que un integrante en especial, le tomaba fotos a las
mujeres sin que se dieran cuenta, desde cualquier perspectiva, de tal forma que
el trasero se viera, lo convertía en sticker y lo mandaban al grupo y los demás
lo celebraban como simios, la sorpresa fue mucha al saber que las fotos
frecuentes eran las mías y las de Monse (recepcionista del mero jefe), sentí
mucha decepción de todos ellos, eran personas a las que a diario trataba con
amabilidad, pero en especial, me decepcionó mi jefe de departamento Héctor,
confiaba mucho en él y jamás fue capaz de pedir respeto por las compañeras de
trabajo, decir “eso está mal, absténgase” o algo por el estilo, Nada.
El
integrante que realizaba los stickers era intocable por la sencilla razón que
su puesto de trabajo se debía a que su esposa era la Directora del Área
Administrativa (mano derecha del mero jefe y comadre de la nueva jefa). Lo
sorprendente no fue eso, sino posteriormente saber a través de la asistente que
ya había antecedentes de esas conductas y quejas, y no había pasado a más. En
días siguientes nos llamaron a todos a la oficina, la postura de la jefa fue
que no quería saber más del asunto, que en todo caso se levantaba un acta
administrativa para la siguiente. Ahí empezó el infierno, todos los hombres
eran los indignados, no, no eran las mujeres eran los hombres “los habían
acusado injustamente y se las tenían que pagar” mi jefe de departamento era
incapaz de hablarme, mandaba a terceros y la situación se volvió tensa. Ante
esa postura decidí hacer las cosas bien, dejar de encubrir muchas malas
prácticas y poner a la jefa al tanto de lo que se hacía a sus espaldas, bueno
casi todo, nunca le dije que mi jefe y mis compañeros compraban mezcal o vino y
eso tomaban en sus tazas en lugar de café, digo, eso para qué, solo lo
jurídico, y si me iban a odiar que fuera con ganas, pero haciendo las cosas
bien.
La
rotación de personal siempre ha sido impresionante, en esa temporada llegaron
nuevos talentos, yo terminé apoyándome en el otro jefe de departamento que
obtuvo todo mi respeto, sabía ser líder y en el proceso le tomé mucho cariño.
Ustedes
que me leen saben que soy inquieta, siempre ando haciendo algo y a estas
alturas ya me salían diversos proyectos totalmente ajenos a mi trabajo; me
resultaba tremendamente absurdo estar todo el día sentada frente a una
computadora fingiendo hacer algo (cuando no tenías nada para hacer), otros con
más descaro viendo películas en el celular, ir al baño y que te estén marcando
para saber dónde estás (no, no me tardaba las horas), no poder salir a comer ni
a comprar un agua y Dios te librara de enfermar o algún familiar enfermara.
Cumples y repones tiempo, siempre lo dije e hice.
No
podía imaginar pasar más años así, tirándolos a la basura por un órgano que
solo te consumía para nada, al final del día, al final del año, ningún malo iba
a la cárcel. Al final del día tu trabajo era para nada y ese sistema me
empezaba a consumir.
Creí
que pasaría tiempo inactiva, incluso pensé en la idea romántica de tomarme un
año sabático, pero para mi grata sorpresa, ese mismo día por la tarde el
teléfono sonó con 2 nuevas propuestas y así se han sumado más. Descubrí que sí
existe una vida laboral llena de respeto por tu persona y por tu tiempo.
Respeto y calidad de vida. Hice grandes amistades ahí y me quedo con eso, con
lo positivo.
Los
millennials no somos huevones, no nos tienen que tratar con pinzas, no queremos
trabajar pocas horas y ser jefes, no somos groseros ni egoístas; sí sabemos
respetar y somos amables en nuestro tratar; no queremos mover solo un dedo,
queremos mover todo nuestro cuerpo, ser activos y productivos, 12 horas
seguidas frente a la computadora no es garantía de un buen desempeño; no nos
queremos ir temprano, nos quedamos hasta sacar el trabajo y no esperamos
agradecimiento ni una palmadita en la espalda; el teléfono también es una
herramienta de trabajo que ayuda a ser prácticos.
Sí
nos importa el objetivo de lo que hacemos; me resulta importante tener un buen
líder como jefe pues eso define el ritmo del equipo de trabajo; no, no
aspiramos a que todos los lugares sean Google o Facebook, solo queremos hacer
las cosas bien, sin ser sobajados, que todo se dé con respeto. Si algo aprendí
es que los Gen X no nos dan la oportunidad de aportar, son cerrados al cambio y
las cosas se hacen como ellos dicen, no importa que esté mal, y sí, solo les interesa
el dinero, mientras ellos ganen bien y reciban sus bonos no importa cuánto haya
que negrear a sus trabajadores.
Quizás
es descabellado lo que pedimos los millennials, solo espero que nosotros no les
fallemos de la misma forma a la generación Z. Quizás debemos dejar de
generalizar.
Toda la razón del mundo, amiga me encantó la redacción.
ResponderBorrarTienes toda la razón amiga, es una historia llena de verdad, gracias por compartirla y me encantó tu historia, gracias, gracias, gracias.
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