lunes, 4 de marzo de 2019

Mi abuelo y las barajas

Me recuerdo a la edad de 4 años, observando en silencio para no ser descubierta, al fondo se encuentran mis tíos y mi abuelo jugando baraja española, sus risas son lo que llamaron mi atención, sigilosamente me voy acercando más y más, es tanta la atención en el juego que no se percatan de la pequeña curiosa que se encuentra a sus espaldas, de tanto observar, aprendí.

De todas las reglas del juego solo había una que no comprendía, la cual era:
“En cuanto llegue tu abuela, se guarda todo y ni una palabra de que estuvimos todos jugando”.

Un buen día, sintiéndome segura de mis nuevos conocimientos y con varios centavos ahorrados, me acerqué a la mesa y pedí jugar, todos rieron, pero accedieron, como era de esperarse las primeras veces perdí…

¡Vaya sorpresa! Poco a poco esa pequeña empezó a ganar, no solo la partida, también los tostones de cada uno de los oponentes, ¡Ya era una digna oponente de mi abuelo!

Una tarde tranquila de sábado, nos encontrábamos muy concentrados en esta ciencia exacta de los juegos de azar, que ni el mismo “Pepito” (perico de la casa) tuvo tiempo de avisarnos; doña Socorro (mi abuela) había llegado a casa y se dirigía a nosotros…

El regaño para los dos fue colosal, “¡Cómo una niña iba a estar jugando cosas de tabernas, del diablo, del azar, cosas por las cuales hasta se matan!” “¡Pero en especial tú Rubén, que le has enseñado tal cosa!.

El castigo nos duró un mes, pero la enseñanza fue bastante buena, ya no estás abuelo, pero en cada juego, río en tu nombre.

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