No sé cómo comenzar esta
historia, quizás de forma directa, sin rodeos.
Natalia llevaba 5 años
trabajando de asistente en una Constructora, no le iba mal, tampoco ganaba el
gran salario, la razón que la mantenía ahí era su jefe, un joven ingeniero que
a lo mucho le llevaba 18 años más de estadía en este mundo; Leonardo tenía una
sonrisa infantil, casi se le cerraban los ojos cuando sonreía, cautivaba
inmediatamente, de cabello rubio y ondulado, ojos cafés claros, bastaba
mirarlos fijamente para perderte, transmitía mucha paz, sin embargo, sus labios
gruesos seducían, solo se podía pensar en besarlos, morderlos y en cómo se
sentirían recorriendo cada parte de tu cuerpo, en especial los pechos, o
imaginar su boca mordisqueando suavemente las caderas de la ninfa afortunada
que durmiera con él.
Natalia en cambio, era una
mujer de cabello castaño y ondulado, las puntas empezaban a tocarle la cintura;
de mirada melancólica y tímida, pero con una sonrisa que iluminaba más de una
vida, era afortunada, gracias a la herencia de sus padres tenía un cuerpo de
curvas definidas, pechos turgentes, una cintura delgada y unas caderas
sobresalientes, sin embargo, no era precisamente su rostro el que robaba la
atención, digamos que… siempre hacia voltear a los caballeros y una que otra
mujer con ánimo de evaluar y otras porque así le dictaba el gusto.
Aquella tarde Leonardo estaba
furioso, le habían cancelado varios contratos, entró a su oficina dejando un
portazo detrás de él que seguía resonando en la recepción, Natalia se dio paso
tras él y cerró con seguro, necesitaba decirle a su jefe que lamentaba dichas
cancelaciones, pero en el fondo había más razones por las cuales Leonardo
estaba furioso, era un etapa de muchos cambios en su vida y esa tarde lluviosa en que se encontraba iracundo y mojado había
sido el cúmulo de todo; al verla esa tarde ahí como de costumbre leal a él, con
esa mirada tierna que siempre le dedicaba, dejó de sentirse solo; ambos sabían
que existía una gran atracción sexual, pero en todo ese tiempo jamás habían
cruzado esa delgada línea. Natalia añoraba con locura estar con Leonardo.
Desde que ella había entrado a
la oficina no habían dicho ni una sola palabra, simplemente se miraron
fijamente, la luz era tenue, podían escucharse las gotas de lluvia chocando
contra el vidrio de la ventana, los truenos que por momentos llegaban a resonar,
y uno que otro relámpago que iluminaba sus rostros; aquello fue energía pura; Natalia
se acercó a él y lo besó, no lo pensó más, había imaginado por mucho tiempo ese
momento, temía ser rechazada, pero para su sorpresa Leonardo no solo le correspondió
el beso, la tomó de la cintura, sus manos empezaron a recorrer sus caderas,
para después aferrarse a uno de sus mayores atributos, aquel trasero firme que
se limitaba a ver de manera discreta cada que ella salía de una habitación, el
cual en más de una ocasión fue su anhelo en noches de insomnio, sus manos
seguían recorriendo las curvas que conocía solo de vista, bajó un poco más y
acarició sus piernas, firmes por su eterna necesidad de correr hasta quedar sin
aliento, regresó al cierre que se encontraba en la cintura, lo deslizó y la
falda negra de tablones cayó inmediatamente al suelo, Leonardo jamás reparó en
qué tipo de ropa interior usaba ella, al momento de ver aquel encaje rojo
diminuto se sorprendió aún más, se sentó en la esquina del escritorio y la
acercó más a su cuerpo, siguió besándola, pasando por sus mejillas para
aterrizar en su cuello, mientras sus manos se abrían paso debajo de la blusa
blanca de seda para poder sentir sus pechos duros por la edad, pero más por la excitación,
Natalia se aferraba a la espalda ancha de Leonardo, besaba su oreja y cada
tanto emitía un sutil gemido, sabía que no podían hacer mucho ruido; ambos
desabotonaban la ropa del otro con desesperación. Leonardo se detuvo unos
segundos a admirar tan hermosa anatomía, pero, sobre todo, el rostro de
Natalia, su mirada no solo era de lujuria, lo quería.
Ella no le dio más tiempo de
pensar, tomó las riendas de la situación, comenzó a besarle, comenzó con esos
labios carnosos que soñó en varias ocasiones, siguió descendiendo hasta llegar
a lo que sería el motivo de su gloria, verle así de erecto hizo que ella
siguiera besándolo con más apetito, Leonardo se sentía desvanecer, de todas las
experiencias del pasado, ninguna se comparaba con lo que estaba viviendo, la
tomó del rostro, la miró fijamente, la puso de pie, y le hizo girar hacia la
pared, ella estaba fascinada, desconocía ese lado salvaje del hombre que
admiraba, la fuerza con que entraba, la alejaba y acercaba hacia él tomándola
con determinación de las caderas, Natalia trataba de sostenerse con una mano en
la pared y con la otra se estimulaba, llegado el momento de estallar en placer,
Leonardo la tomó de la cintura, la abrazó acariciando sus pechos y Natalia se
mordió los labios para no dejar salir ningún ruido. Se mantuvieron dos minutos
así, para después abrazarse, no paraban de besarse, tomaron su ropa y se
vistieron.
Retomaron la calma y se
sentaron en el pequeño sillón de la oficina, ella se recostó entre los brazos
de Leonardo, quería escuchar su corazón latir, pero no fue así, empezó a escuchar
al fondo un ruido que le parecía muy familiar pero no lograba ubicar qué era ¿la
impresora? ¿la computadora? ¿el fax? ¿qué estaba sonando?, de la manera más súbita
y cruel la conciencia se hizo presente; se trataba de la alarma del celular,
era momento de despertar, ante sus ojos el rostro de Leonardo desapareció con
la misma rapidez que lo hace un suspiro.
Natalia abrió los ojos y pudo
sentir la exaltación de todos sus sentidos, un corazón que palpitaba como loco,
un estómago oprimido por la emoción, los labios con la sensación de en verdad haberle
besado y unas bragas húmedas por la excitación.
Suspiró y se levantó a preparar
café, meterse a bañar e irse a trabajar.