miércoles, 8 de julio de 2020

Una millennial en la burocracia

Esta semana leí como de costumbre la columna de Marco Escalante, titulado “GENERACIÓN X vs MILLENNIALS”, en un principio le di toda la razón, incluso sentí un poco de vergüenza, seguí mi día, pero algo dentro de mí sentía inconformidad, me puse a recordar cómo fue mi experiencia y he decidido compartirla.

Cuando entré a trabajar como buen estudiante a punto de culminar mis estudios me sentía gigante y con ganas de cambiar el mundo, había hecho ahí mi servicio social y prácticas profesionales y me quedé. Muchos me habían dicho que no era gran cosa trabajar en un elefante blanco que nunca sería más que eso, obviamente me indignaba y juraba que no, que estaban equivocados.

Mi primer encomienda fue ser asistente de una Directiva, a la cual llamaremos Nancy, mis labores no eran gran cosa, la nueva administración estaba entrando así que apenas estaba surgiendo trabajo, todo era ir a recibirla a la entrada del edificio para que ella estuviera a tiempo mientras yo le estacionaba el carro, a las 5 pm ir por el coche para acercarlo unas cuadras y ella no tuviera que caminar tanto, en el transcurso del día debía ir por desodorante (si era uno de esos días que le olvidó ponerse), tomar un autobús para ir a su casa a traer sus aretes (cuestiones de mala memoria supongo) hasta que un día se le olvidó su celular particular (el iPhone más reciente del momento) al estar en su casa, la madre de Nancy amablemente me pasó el celular y al irme me dijo “Pero guarda bien ese teléfono, es muy caro, vas a viajar en autobús y si te lo roban no te va a alcanzar para pagarlo” ya saben, esas cosas que uno no suele tener presentes; otros días ir por el quesillo especial, por toallas femeninas o a buscar los dulces que le gustan a sus hijos y que no venden en cualquier lugar, debemos recordar que existen personas únicas y especiales. Todos los días había que hacer lo mismo, una vez que Nancy llegaba a la oficina, debía sentarme y escuchar cómo era su vida familiar y marital, y si nos daba el medio día ir por un antojito para aguantar hasta la hora de la comida.

Posteriormente llegó el trabajo, empezamos las auditorias, y empezaron los berrinches de la secretaría del Gerente a la cual llamaremos Mónica, berrinches y conductas de una niña (imaginemos que es arquitecta, pero le asignaron ese cargo) de querer estar designada en las auditorias, sin saber (hasta la fecha) redactar bien un oficio (unas faltas de ortografía que espanta a cualquiera), cuando llegó su momento de ocupar su conocimiento relativo a revisión de obras nos llevamos la sorpresa que tampoco de eso sabía y los demás arquitectos debían salvarle el pellejo. Todos en la oficina sabíamos que lo suyo era comer a escondidas, estar con el celular y ver catálogos en la computadora, le molestaba que otras áreas lo dijeran, pero es lo que tienen las oficinas, todo se sabe. Nuestra única preocupación era que Moniquita hablara sobre ti ante el jefe, no había forma de salir bien parado, es esa clase de personas que tiene el chip de causar problemas con tal solo abrir la boca, no es imprudencia disfrazada de inocencia, es auténtica mentalidad de “a quién chingo hoy porque muero de aburrimiento”. Jamás entendimos cómo es que el jefe no se daba cuenta que el personal se veía obligado a rendirle pleitesía a su secretaria-asistente con tal de no tener problemas, y que esta al ser la “consentida intocable” sería grosera y problemática con todos.

Al estar en proceso de revisión en las auditorías nos emocionaba revisar cajas y cajas y cajas de documentación, era totalmente nuevo para todos y teníamos las ganas por hacer bien las cosas, no ser corruptos y marcar la diferencia. Eran jornadas largas, entrar a las 9 a.m. y salir 2 a.m. con tal de sacar el trabajo, encontramos muchísimas irregularidades y eso nos daba gusto, estábamos en buen camino, para comer solo teníamos 15 minutos, siempre fue así y nunca cambiará.

Cuando se empezó a llamar a las personas auditadas y se les mostró todo lo encontrado, empezaron las reuniones para apoyarles a solventar (justificar) de forma legal, pero como en toda historia donde hay mucho dinero, hay cosas irregulares y había cosas que no eran posible de comprobar, cosas de la vida, misterios sin resolver, obras que nunca existieron, ya saben, lo de siempre.

Así empezaron las reuniones con “el mero jefe” y nuestra Directora nos dio una lista de quienes, si tenían “apoyo” y quienes no, “los que tienen apoyo yo no sé cómo le van a hacer, pero debe aparecer que sí justificaron y si no hay documentos, ustedes los harán aparecer hasta debajo de las piedras”. Esa tarde recuerdo que platicamos entre compañeros, siempre cuidándonos de no ser escuchados por Moniquita, y todos estábamos desmotivados y decepcionados, todos esos meses de arduo trabajo y esmero (nada de pago de horas extras, días sin comer) habían sido para nada, al final todos tendrían estrellita en la frente. Guardamos silencio y seguimos sacando el trabajo.

Pero recordemos que también están aquellos que no tenían “apoyo” aquellos que definitivamente no iban a cooperar o de plano habían robado descaradamente, pero sabían que estaban ante un elefante blanco y no iba a pasar nada; “a esos Jacky no los dejes pasar, los atiendes en la recepción del edificio, que te firmen y sellen de enterados y los despachas” “hazlos esperar, no los pienso atender inmediatamente, yo te hago señas cuando ya” eran las indicaciones de Nancy y se sentía horrible tener que dar un trato así, no importa cuán amable seas al decirlo.

Con el tiempo empecé a notar más ese otro lado de Nancy, a compañeros de otras áreas les lanzaba la documentación sobre el escritorio, los sobajaba, se burlaba y reía de su trabajo, les decía “eso es una porquería no me sirve” “ya mejor no vengas, no me sirves para nada” incontables veces vi a compañeros de distintas edades aguantarse el coraje y seguir con amabilidad y respeto, por lealtad trataba de disculparla, ser el lado amable que ella no podía ser con los demás. Un lado amable que solo se activa en presencia de sus superiores o de igual rango.

Pasó el tiempo y a los eventos o cursos, yo no podía asistir ni de vestido, ni con zapatillas, nunca tuve inconveniente con ello, no me parecía gran cosa.

Llegó un día en el que los jefes (auditados) ya no soportaban el trato déspota de Nancy, al grado de pedir que la “Lic. Jacky” fuera quien los atendiera (la asistente, casi me infarto cuando escuche esas peticiones) tal como lo imaginé le llamaron la atención, pero eso no fue todo, Nancy tenía un nuevo objetivo, y así empezaron jornadas de “todos se pueden retirar, excepto…” y lo más chistoso fue cuando ordenó una “ley del Hielo para Jacky” que solo 3 compañeros estuvieron dispuestos a no acatar. Moniquita y Nancy en alianza, horas de chisme continuo a puerta cerrada.

Pedí mi cambió de área, y llegué a un área más jurídica, “esta vez sería diferente, aquí está la acción” eso pensaba. Error. Ahí conocí el “Jacky has las cosas más despacio porque nos haces quedar mal a los demás” creí que esa sería la mayor decepción hasta que salió el típico compañero insistente en salir y cortejar por más que decía no estar interesada, ahí conocí el grupo de chat de todos los varones del área “cerdos decentes” donde las mujeres eran la comidilla, un compañero me mostró que un integrante en especial, le tomaba fotos a las mujeres sin que se dieran cuenta, desde cualquier perspectiva, de tal forma que el trasero se viera, lo convertía en sticker y lo mandaban al grupo y los demás lo celebraban como simios, la sorpresa fue mucha al saber que las fotos frecuentes eran las mías y las de Monse (recepcionista del mero jefe), sentí mucha decepción de todos ellos, eran personas a las que a diario trataba con amabilidad, pero en especial, me decepcionó mi jefe de departamento Héctor, confiaba mucho en él y jamás fue capaz de pedir respeto por las compañeras de trabajo, decir “eso está mal, absténgase” o algo por el estilo, Nada.

El integrante que realizaba los stickers era intocable por la sencilla razón que su puesto de trabajo se debía a que su esposa era la Directora del Área Administrativa (mano derecha del mero jefe y comadre de la nueva jefa). Lo sorprendente no fue eso, sino posteriormente saber a través de la asistente que ya había antecedentes de esas conductas y quejas, y no había pasado a más. En días siguientes nos llamaron a todos a la oficina, la postura de la jefa fue que no quería saber más del asunto, que en todo caso se levantaba un acta administrativa para la siguiente. Ahí empezó el infierno, todos los hombres eran los indignados, no, no eran las mujeres eran los hombres “los habían acusado injustamente y se las tenían que pagar” mi jefe de departamento era incapaz de hablarme, mandaba a terceros y la situación se volvió tensa. Ante esa postura decidí hacer las cosas bien, dejar de encubrir muchas malas prácticas y poner a la jefa al tanto de lo que se hacía a sus espaldas, bueno casi todo, nunca le dije que mi jefe y mis compañeros compraban mezcal o vino y eso tomaban en sus tazas en lugar de café, digo, eso para qué, solo lo jurídico, y si me iban a odiar que fuera con ganas, pero haciendo las cosas bien.

La rotación de personal siempre ha sido impresionante, en esa temporada llegaron nuevos talentos, yo terminé apoyándome en el otro jefe de departamento que obtuvo todo mi respeto, sabía ser líder y en el proceso le tomé mucho cariño.

Ustedes que me leen saben que soy inquieta, siempre ando haciendo algo y a estas alturas ya me salían diversos proyectos totalmente ajenos a mi trabajo; me resultaba tremendamente absurdo estar todo el día sentada frente a una computadora fingiendo hacer algo (cuando no tenías nada para hacer), otros con más descaro viendo películas en el celular, ir al baño y que te estén marcando para saber dónde estás (no, no me tardaba las horas), no poder salir a comer ni a comprar un agua y Dios te librara de enfermar o algún familiar enfermara. Cumples y repones tiempo, siempre lo dije e hice.

No podía imaginar pasar más años así, tirándolos a la basura por un órgano que solo te consumía para nada, al final del día, al final del año, ningún malo iba a la cárcel. Al final del día tu trabajo era para nada y ese sistema me empezaba a consumir.

Creí que pasaría tiempo inactiva, incluso pensé en la idea romántica de tomarme un año sabático, pero para mi grata sorpresa, ese mismo día por la tarde el teléfono sonó con 2 nuevas propuestas y así se han sumado más. Descubrí que sí existe una vida laboral llena de respeto por tu persona y por tu tiempo. Respeto y calidad de vida. Hice grandes amistades ahí y me quedo con eso, con lo positivo.

Los millennials no somos huevones, no nos tienen que tratar con pinzas, no queremos trabajar pocas horas y ser jefes, no somos groseros ni egoístas; sí sabemos respetar y somos amables en nuestro tratar; no queremos mover solo un dedo, queremos mover todo nuestro cuerpo, ser activos y productivos, 12 horas seguidas frente a la computadora no es garantía de un buen desempeño; no nos queremos ir temprano, nos quedamos hasta sacar el trabajo y no esperamos agradecimiento ni una palmadita en la espalda; el teléfono también es una herramienta de trabajo que ayuda a ser prácticos.

Sí nos importa el objetivo de lo que hacemos; me resulta importante tener un buen líder como jefe pues eso define el ritmo del equipo de trabajo; no, no aspiramos a que todos los lugares sean Google o Facebook, solo queremos hacer las cosas bien, sin ser sobajados, que todo se dé con respeto. Si algo aprendí es que los Gen X no nos dan la oportunidad de aportar, son cerrados al cambio y las cosas se hacen como ellos dicen, no importa que esté mal, y sí, solo les interesa el dinero, mientras ellos ganen bien y reciban sus bonos no importa cuánto haya que negrear a sus trabajadores.

Quizás es descabellado lo que pedimos los millennials, solo espero que nosotros no les fallemos de la misma forma a la generación Z. Quizás debemos dejar de generalizar.


martes, 9 de junio de 2020

Mahtob y Palomino

En un pueblito de nombre Cuscatlán, donde la población no pasaba de 500 habitantes, se encontraba un telebachillerato que solo tenía 15 alumnos, al terminar la mayoría se dedicaría a trabajar la tierra de sus padres y uno quizás continúe con sus estudios.

Cuscatlán está alejado de la Capital, llegar ahí implica subir gran parte de la montaña, donde las puntas de los arboles se pierden entre la niebla y dan la sensación de tocar el cielo, un frío constante, por ratos cae aguanieve, puedes escuchar al viento susurrar, los arboles crujir, un aire limpio que te llena los pulmones, conforme te vas acercando empiezas a ver el humo salir de las casitas de madera, otras más de adobe, era muy difícil acceder al lugar, la mitad del camino es terracería y ese año por las lluvias se habían dado muchos derrumbes. Todos los días a las 7:30 de la tarde noche sonaban las campanas de la iglesia, debía ser a esa hora para indicarle a la gente que era momento de guardarse en casa, pues a partir de ese momento seres y espíritus rondan la montaña.

Ese ciclo escolar llegó al pueblo un nuevo profesor, eran escasos los maestros que se animaban a subir y pasar sus días sin comunicación, el maestro Agustín había sido asignado a esa comunidad y se llevó con él a su hija Mahtob, era padre soltero, su madre había fallecido durante el parto, decidió llamarla así porque significa “Luz de Luna” y desde la noche de su nacimiento ella fue su única luz. Mahtob tenía 17 años, cursaría ahí su último año.

Mahtob era una chamaca (así le decía su abuelita) de ojos grandes, largas pestañas, cabello negro y de carcajadas escandalosas, la alegría andando, robaba suspiros con solo sonreír. Su padre se había percatado de ello y procuraba estar lo más cerca posible; en la Capital había una tradición, los viernes de Cuaresma los pretendientes regalaban rosas a la niña que les robaban el sueño; esos viernes es cuando más presente estaba Agustín para lograr quizás así ahuyentar a más de un osado, pero terminaba con resignación ayudando a cargar las rosas que le regalaban a su pequeña pícara.

-       ¡Vaya edad, cuántos cambios y tú sin madre que te guíe Mahtob! –

Solía decirle eso Agustín y después recomendarle que en la noche le pusiera hielos a las rosas para que le duraran más.

En los pueblos se acostumbra que al maestro le dan un pequeño cuarto para que ahí viva sin gastar en renta y algunas familias se turnan para darle de sus alimentos pues es bien sabido que tanto en la Capital como en los pueblos se está igual de jodido y el maestro viene a apoyar con los escuincles lo más que se pueda.

Llegó el primer día de clases, a las 2 a.m. había comenzado a llover y las calles eran lodo, el frío se podía sentir en los huesos. Ese día Mahtob conoció a sus compañeros, no fue difícil aprender los nombres porque eran pocos, sin embargo, había un joven que observaba con mucha ternura a Mahtob y no era discreto en ello, su nombre era Palomino, solía salir corriendo al final de las clases pues debía ayudarle a su padre con los chivos y las vacas, por las noches a la luz de una vela hacer las tareas; de computadoras, celulares o acceso a internet ni hablamos, las únicas consultas de información eran en la pequeña biblioteca que había en su escuela, que se había logrado con algunas donaciones de libros organizada por la esposa del gobernador y las pocas obras que llegaban a agregarse era por el maestro en turno como una muestra de cariño por los alumnos que dejaba y los que llegaran, un mensaje de no rendirse y seguir estudiando.

Mahtob era peculiar, para su edad se hubiese esperado que estuviera inconforme por el pequeño cuarto de madera al que habían llegado a vivir, pero no fue así, tenía la cualidad de adaptarse a cualquier situación, se encontraba maravillada con las hermosas vistas que la Sierra ofrecía, el poder andar entre la naturaleza abrazando arboles que parecían infinitos, atrapando ranas de color verde claro intenso y ojos rojos, acariciando a las vacas y sus becerros, le encantaba ver a los conejos saltar entre los arbustos moviendo su nariz, comiendo y brincando con gracia, la cola esponjosa y sus largas orejas que parecían parte de su danza; sintió un poco de pena cuando descubrió que también saben muy ricos. Amaba estar en un bosque y la generosidad de las personas que habitaban ahí, la amabilidad y sencillez, el respeto que sentían por su padre Agustín, le divertían las mamás que por la mañana encaminaban a sus hijos hasta la escuela y pasaban a decirle al profesor…

  -Si mi hijo no pone atención no lo dude y dele un buen coscorrón o reglazo, cualquier método le vendrá bien a su atención que suele fugarse por momentos. ¡Ay maestro debería de ver a José, vive en las nubes este muchacho! y si no hace la tarea me dice para que en la noche su papá le dé sus debidos cinturonazos. –

Agustín no creía en esos métodos de enseñanza, pero le reconfortaba saber que tanto la madre como el padre estaban al pendiente del desempeño académico de sus bendiciones.

Un fin de semana que Palomino andaba pastoreando se encontró a Mahtob, la vio desde lejos porque solía usar una chamarra roja y se podía apreciar que estaba abrazando un árbol como de costumbre, le divertían sus ocurrencias, le gustaba verla como disfrutaba que sus pies se hundieran entre el pasto y el lodo, era tanta la humedad y lluvia que ese pasto brotaba entre charcos de agua, y ahí andaba Mahtob brincando y salpicando, atrapando insectos y platicando con los caballos.

-       Está loca y me gusta. -  Eso concluía Palomino.

Se volvió costumbre que los sábados y domingos se reunieran en el mismo árbol, mientras los animales andaban a su antojo, ellos platicaban, reían, jugaban. Mahtob insistía que si se quedaban quietos y en silencio podrían ver algún hada o un duende. Palomino no se burlaba, guardaba silencio y mientras ella estaba alerta acechando cualquier movimiento, él se dedicaba a observarla, solía reír con su cara de maravilla cuando salía un conejo o el golpe de las ramas entre si la tomaban por sorpresa. Palomino le habló de los nahuales, le explicó que los disfrazados, dobles o proyectados, son hombres que nacen con el don de adoptar la forma de algún animal, pero que no bastaba con tener esa cualidad, se requería de una larga preparación que va de generación en generación y se instruye desde pequeños, cada vez eran menos los que conservaban ese conocimiento, las familias optaban por irse a la capital y dejar atrás sus orígenes.

Por la tarde comían con los papás de Palomino o con Agustín, terminaban de comer y se ponían a estudiar, así se fue formando una amistad entrañable, eran inseparables y nadie tenía problema con eso.

En julio llegaron las lluvias intensas, este año era muy distinto, las nubes parecían guardar mucha furia en su interior, llovía tan fuerte que por medio de perifoneo avisaron que se suspendían clases y labores; era la única forma de mantener a todo el pueblo informado, cuando alguien recibía una llamada se podía escuchar:

-       Señora Fabiana Pérez tiene una llamada –

Lo mismo para tequios y fallecidos, por ese medio se hacía saber el lugar y la hora.

Fue un 10 de julio a las 4 a.m. cuando se escuchó la tierra, un sonido que por si solo eriza la piel, tan profundo y desconocido, todo se cimbró y no dio tiempo de reaccionar. Hubo un deslave de tal magnitud que arrasó con la mitad del pueblo, los que iban saliendo de sus casas no daban crédito a la escena, empezaron a organizarse, algunos rascaban con sus manos la tierra, otros traían maquinaria y otros más a sus bueyes para jalar la tierra, la desesperación era mucha, debajo de todo eso se encontraban amigos, familiares, vecinos, todos dolían por igual, los gritos y lamentos rompían con el silencio de la montaña, otros más tomaron su camioneta y se fueron a los pueblos más próximos para pedir ayuda.

Agustín no podía creer lo que acababa de suceder, Mahtob y él habían corrido con suerte, pero era momento de ayudar, dejó a su hija con las señoras que preparaban café para los hombres que trabajaban bajo la lluvia, moviendo rocas, arboles, lodo, escombro, todo lo que se interpusiera en su búsqueda. Las mismas señoras que iban recibiendo a los pequeños que de milagro sobrevivieron, los abrazaban y limpiaban como si fueran de su sangre, lloraban por aquellos que ya dormían eternamente como angelitos. Mahtob ayudaba en lo que podía, mantuvo el temple o quizás estaba en shock por ver los cuerpos de algunos compañeros. Fue entonces cuando un pensamiento se atravesó en su hacer, con la misma velocidad y fuerza con la que lo hace un rayo - ¿Dónde está Palomino? ¿Y sus papás? ¿Les habrá dado tiempo de salir? -. Prefirió ser paciente y esperar por noticias.

En el transcurso de la madrugada fue llegando la ayuda de otros pueblos, incluso el gobernador ya estaba al tanto, pero esperaría a que fuera de día para llegar al lugar, las tomas delante de la cámara eran mejores así que en la penumbra. Conforme fue saliendo el sol el panorama era más desolador, desgarraba ver como la fila de cadáveres iba en aumento, todos conocidos, cada vez menos esperanzas de encontrar vida. A las 9 de la mañana fue encontrado el cuerpo de Palomino y sus padres. Mahtob limpió los 3 cuerpos, no podía permitir que su amigo y sus papás siguieran con lodo, con un abrazo se despidió de su amigo. Agustín tuvo que separarla de él y consolarla.

Llegaron todos los apoyos posibles, marina, ejército, donaciones; enterraron a sus seres queridos y poco a poco el pueblo fue retomando sus fuerzas, sobrevivió la mitad y en sus rostros se percibía el dolor, pero continuaron.

Transcurrieron los meses y Mahtob se armó de valor para regresar al lugar dónde se reunía con Palomino, el silencio se le hizo cruel, no quiso abrazar ningún árbol, se mantuvo ahí de pie, llorando por ese amigo que ya no estaba, ya no volverían a bailar bajo la lluvia ni escucharlo reír con sus historias, estaba ahí en medio de la nada sintiendo como si un animal feroz la hubiera desgarrado por dentro, un ardor en el pecho, un dolor intenso en el estómago que subía hasta la boca, la vista se le nublaba y las lágrimas no dejaban de brotar, se tiró de rodillas en el suelo y siguió llorando hasta que sintió algo en su hombro, no estaba segura si lo estaba imaginando o en verdad algo se había posado sobre su  hombro, giró el rostro y ahí estaba, un ave, una paloma de color gris claro con un sutil plumaje negro en el cuello, parecía un collar, estaba posada ahí sin más, con toda la confianza del mundo.

Mahtob dejó salir su aliento ante la sorpresa, no quería moverse para no romper ese mágico momento – Palomino ¿eres tú? ¿qué estoy diciendo? ¡Definitivamente estoy loca! – soltó un suspiro y las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas, la paloma comenzó su arrullo, Mahtob la tomó en sus manos y la abrazó, de alguna manera lo sabía, se trataba de su amigo que había trascendido como en las historias que siempre le contaba. Agustín no le dijo nada cuando vio llegar a su hija con el ave, sabía que había llegado para quedarse, parecía una persona más en la casa, cuando escuchaba música también participaba cantando a su manera, cuando Mahtob y él se sentaban a comer, el ave también llegaba a la mesa, esperaba a que Mahtob regresara de la escuela para emprender el vuelo y aterrizar en su cabeza, en el pueblo se acostumbraron a ver a Mahtob caminando con su ave en el hombro, se dejaba acariciar por todos y de alguna forma volvían a ver al par de amigos que mucho tiempo atrás caminaban de la mano por esas mismas calles.

El día que Agustín y Mahtob se marcharon, el ave se fue con ellos.


sábado, 9 de mayo de 2020

¿Quién es Soco?

Suelen preguntarme mucho...
Es mi madre, en realidad es mi abuelita pero la vida quiso que fuera mi madre. Siempre respondo eso.

Socorro o "abuelita Soco" como le decimos los nietos, no es la mujer que ahora por caprichos de la edad vuelve a ser una niña a la cual todos debemos regañar para que se deje llevar al doctor cuando es necesario, una niña que ya no puede comer todo lo que se le antoja, perdón, debo corregir, ya no debería comer todo lo que se le antoja pero suele darle sus "pellizcadas" a la comida en un acto de rebelión incorregible y que al ser reprendida contesta "De algo me tengo que morir, por lo menos que sea contenta" pequeña cínica.

Mi Soco, mi madre, fue una mujer de carácter duro y temple de acero porque la vida no le permitía ser débil y flaquear ante la adversidad, mi Soco sigue siendo una leona dispuesta a defender a sus cachorros, toda amor y ternura cuando me ha visto caer, cuando simplemente ya no he querido seguir, ha llorado tantas veces conmigo, me ha abrazado con tanta fuerza las veces que la he necesitado, que sólo de recordar vuelvo a llorar.

En mis noches de miedo, dolor o insomnio era suficiente abrir la puerta en silencio, verla dormir y poco a poco irme metiendo en su cama, recostarme y sentir sus brazos, un refugio a prueba de todo.

Soy una mujer adulta y me sigue llamando "chamaca" lo que no sabe es que ella es mi guía, cuando no sé qué hacer perfectamente puedo escuchar lo que ella diría en esa situación.

Soco fue de las primeras mujeres Ministerio Público, recorrió todo el estado, ella sola sacó adelante a 8 hijos y 2 nietas. 

Sigo pidiéndole a Dios que me la deje otro poquito, no estoy lista para vivir sin ella, en realidad, nunca estaré lista. 

Soy afortunada por tener a mi Soco.
¡Gracias vida, gracias Dios!

viernes, 10 de abril de 2020

Natalia y Leonardo


No sé cómo comenzar esta historia, quizás de forma directa, sin rodeos.

Natalia llevaba 5 años trabajando de asistente en una Constructora, no le iba mal, tampoco ganaba el gran salario, la razón que la mantenía ahí era su jefe, un joven ingeniero que a lo mucho le llevaba 18 años más de estadía en este mundo; Leonardo tenía una sonrisa infantil, casi se le cerraban los ojos cuando sonreía, cautivaba inmediatamente, de cabello rubio y ondulado, ojos cafés claros, bastaba mirarlos fijamente para perderte, transmitía mucha paz, sin embargo, sus labios gruesos seducían, solo se podía pensar en besarlos, morderlos y en cómo se sentirían recorriendo cada parte de tu cuerpo, en especial los pechos, o imaginar su boca mordisqueando suavemente las caderas de la ninfa afortunada que durmiera con él.

Natalia en cambio, era una mujer de cabello castaño y ondulado, las puntas empezaban a tocarle la cintura; de mirada melancólica y tímida, pero con una sonrisa que iluminaba más de una vida, era afortunada, gracias a la herencia de sus padres tenía un cuerpo de curvas definidas, pechos turgentes, una cintura delgada y unas caderas sobresalientes, sin embargo, no era precisamente su rostro el que robaba la atención, digamos que… siempre hacia voltear a los caballeros y una que otra mujer con ánimo de evaluar y otras porque así le dictaba el gusto.

Aquella tarde Leonardo estaba furioso, le habían cancelado varios contratos, entró a su oficina dejando un portazo detrás de él que seguía resonando en la recepción, Natalia se dio paso tras él y cerró con seguro, necesitaba decirle a su jefe que lamentaba dichas cancelaciones, pero en el fondo había más razones por las cuales Leonardo estaba furioso, era un etapa de muchos cambios en su vida y esa tarde lluviosa  en que se encontraba iracundo y mojado había sido el cúmulo de todo; al verla esa tarde ahí como de costumbre leal a él, con esa mirada tierna que siempre le dedicaba, dejó de sentirse solo; ambos sabían que existía una gran atracción sexual, pero en todo ese tiempo jamás habían cruzado esa delgada línea. Natalia añoraba con locura estar con Leonardo.

Desde que ella había entrado a la oficina no habían dicho ni una sola palabra, simplemente se miraron fijamente, la luz era tenue, podían escucharse las gotas de lluvia chocando contra el vidrio de la ventana, los truenos que por momentos llegaban a resonar, y uno que otro relámpago que iluminaba sus rostros; aquello fue energía pura; Natalia se acercó a él y lo besó, no lo pensó más, había imaginado por mucho tiempo ese momento, temía ser rechazada, pero para su sorpresa Leonardo no solo le correspondió el beso, la tomó de la cintura, sus manos empezaron a recorrer sus caderas, para después aferrarse a uno de sus mayores atributos, aquel trasero firme que se limitaba a ver de manera discreta cada que ella salía de una habitación, el cual en más de una ocasión fue su anhelo en noches de insomnio, sus manos seguían recorriendo las curvas que conocía solo de vista, bajó un poco más y acarició sus piernas, firmes por su eterna necesidad de correr hasta quedar sin aliento, regresó al cierre que se encontraba en la cintura, lo deslizó y la falda negra de tablones cayó inmediatamente al suelo, Leonardo jamás reparó en qué tipo de ropa interior usaba ella, al momento de ver aquel encaje rojo diminuto se sorprendió aún más, se sentó en la esquina del escritorio y la acercó más a su cuerpo, siguió besándola, pasando por sus mejillas para aterrizar en su cuello, mientras sus manos se abrían paso debajo de la blusa blanca de seda para poder sentir sus pechos duros por la edad, pero más por la excitación, Natalia se aferraba a la espalda ancha de Leonardo, besaba su oreja y cada tanto emitía un sutil gemido, sabía que no podían hacer mucho ruido; ambos desabotonaban la ropa del otro con desesperación. Leonardo se detuvo unos segundos a admirar tan hermosa anatomía, pero, sobre todo, el rostro de Natalia, su mirada no solo era de lujuria, lo quería.

Ella no le dio más tiempo de pensar, tomó las riendas de la situación, comenzó a besarle, comenzó con esos labios carnosos que soñó en varias ocasiones, siguió descendiendo hasta llegar a lo que sería el motivo de su gloria, verle así de erecto hizo que ella siguiera besándolo con más apetito, Leonardo se sentía desvanecer, de todas las experiencias del pasado, ninguna se comparaba con lo que estaba viviendo, la tomó del rostro, la miró fijamente, la puso de pie, y le hizo girar hacia la pared, ella estaba fascinada, desconocía ese lado salvaje del hombre que admiraba, la fuerza con que entraba, la alejaba y acercaba hacia él tomándola con determinación de las caderas, Natalia trataba de sostenerse con una mano en la pared y con la otra se estimulaba, llegado el momento de estallar en placer, Leonardo la tomó de la cintura, la abrazó acariciando sus pechos y Natalia se mordió los labios para no dejar salir ningún ruido. Se mantuvieron dos minutos así, para después abrazarse, no paraban de besarse, tomaron su ropa y se vistieron.

Retomaron la calma y se sentaron en el pequeño sillón de la oficina, ella se recostó entre los brazos de Leonardo, quería escuchar su corazón latir, pero no fue así, empezó a escuchar al fondo un ruido que le parecía muy familiar pero no lograba ubicar qué era ¿la impresora? ¿la computadora? ¿el fax? ¿qué estaba sonando?, de la manera más súbita y cruel la conciencia se hizo presente; se trataba de la alarma del celular, era momento de despertar, ante sus ojos el rostro de Leonardo desapareció con la misma rapidez que lo hace un suspiro.

Natalia abrió los ojos y pudo sentir la exaltación de todos sus sentidos, un corazón que palpitaba como loco, un estómago oprimido por la emoción, los labios con la sensación de en verdad haberle besado y unas bragas húmedas por la excitación.
Suspiró y se levantó a preparar café, meterse a bañar e irse a trabajar.